México, Monterrey y el Casino Royale
No hace falta decir que hoy la realidad es otra.
No quiero ni empezar a detallar lo sucedido con el Casino en Av. San Jerónimo. Es cierto que es un problema que no es exclusivo de Nuevo León, pero ¡cómo duele verlo en Monterrey! No pensé nunca ver en mi tierra eventos de tal envergadura. Es un acto terrorista. ¿Hay todavía quien se crea el cuento de que los “malitos” se matan entre ellos? Que le digan eso a los estudiantes del ITESM, Fernando Martí, Juan Francisco Sicilia y un larguísimo etcétera de “daños colaterales” de esta guerra; desaparecidos anónimos que forman con su silencio un lastre pesadísimo que esta generación deberá cargar en su conciencia colectiva.
Gran parte de México está en una situación similar a la de Monterrey, en mayor o menor medida. Con esto no quiero ni insinuar que el problema “viene de afuera”. No. Aquí se creó y gestó. Que haya brotado en otras zonas del país no excluye que también lo haya hecho aquí. No culpemos a Estados Unidos ni a Colombia por la ineptitud de nuestras autoridades, pues antes del auge público del narco nuestro país ya figuraba entre los punteros en los índices de corrupción y de impunidad. Ellos supieron explotar la situación para sus fines. Tampoco culpemos a los sospechosos de siempre por nuestra apatía como ciudadanos, que una y otra vez nos dejamos ver la cara por la gran mayoría de la clase gobernante que se ha mantenido en el poder durante las ultimas dos décadas, en gran medida sin cambios significativos en los puestos de trascendencia. De eso, solamente los mexicanos somos culpables. Pareciera que estamos todos afectados de una perversa clase del síndrome de Estocolmo, ¡péguenos, pero no nos dejen!
No faltará quien rápido reaccione y señale a Rodrigo Medina o Felipe Calderón como culpables de todo esto. Habrá que distinguir entre dos conceptos: culpabilidad y responsabilidad. Ambos son ciertamente responsables por el cargo que se les confirió en sus respectivas elecciones, pero no confundamos. Animales, asesinos, traidores a la patria y culpables son aquellos que materialmente pueden circular armados y matar a placer sin consecuencia ni reacción. Distingamos: el problema no es que los partidos dieron permiso a los casinos, o si éstos consiguieron un amparo. Ni siquiera es que la gente sea adicta al juego, al antro o al alcohol. ¡El problema son estos criminales, idiotas y cobardes que pueden entrar a donde se les pegue la gana y matar sin el más mínimo de los impedimentos! ¿Los políticos? Bien dice el dicho que el problema no es del indio, sino del que lo hace compadre.
Este 15 de Septiembre, como lo hemos hecho por 200 años, los mexicanos nos reuniremos en las plazas principales de las ciudades a recrear el icónico grito del Cura Hidalgo, con una distinción. Ya no será, como lo ha sido hasta ahora, un grito de esperanza, sino de auxilio: por favor…¡qué viva México! Porque se nos va de las manos….
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